jueves, 27 de septiembre de 2012

Alicia en el país de la piruleta (dedicado a mis lectores más progresistas)




En base a los comentarios y privados que he recibido he decidido aportar una respuesta genérica.

Vamos a ver “fulanito”, te repito, dame una sola prueba de que hay policías infiltrados que provocan disturbios y si me la das no soy ningún orgulloso, te diré: <<pues es cierto, me callo>> pero mientras tanto no es más que intentar legitimar lo ilegitimable.


Observa a partir del 00:44 y despues los policías de paisano deteniendo a manifestantes a partir del 03:00. Absolutamente nada que ver salvo el color de la sudadera. Diferenciemos lo que vemos y lo que "queremos" ver.

De todo esto ¿Qué es lo que te sorprende? ¿qué la policía emplee la fuerza para disolver una manifestación? antes de sorprenderte deberías mirar la legislación vigente (por cierto, prácticamente en todos los países del mundo) en la que se expresa que cuando se producen alteraciones graves del orden público el derecho de reunión y libre circulación queda eliminado y es potestad de las fuerzas de orden público el dispersar y reprimir la multitud...esto no es una ley ni española ni democrática ni franquista ni comunista...es una norma que ha existido siempre en todos los países y bajo todos los regímenes políticos en mayor o menor medida. ¿Es una norma desagradable? por supuesto por que no vivimos en el país de la piruleta y por que los derechos conllevan obligaciones, en este caso, el derecho de manifestación conlleva la obligación de no liarla ¿se lía? se disuelve.


Aquí viene el quid de la cuestión pues como ya te dije antes, por supuesto que hay policías dentro (y repito, lo mismo que en el fútbol, conciertos, manifestaciones....) , precisamente para poder detener a quien altera el orden dentro de la masa, pero como comprenderás no es suficiente en situaciones como la del otro día por que la gente iba muy quemada y encendida (los motivos si quieres los debatimos en otro post pero es perfectamente comprensible) y por lo tanto la policía tiene la obligación legal de cargar para reprimir y dispersar y mantener el orden (L.O. 2/86), por lo tanto, los 400 policías que tienen delante a 6000-10000 personas no pueden ni quieren preguntar quien es el culpable de esa alteración puesto que no es su deber en ese instante y la tensión es altísima...simple proceso de "acción-reacción-repercusión" si a alguien le pilla en medio es una putada, pero es lo que hay. ¿Qué no nos gusta la legislación? cambiémosla y quizás la próxima vez en una manifestación así no habrá policías y la masa podrá entrar en el Congreso, en los juzgados y en los comercios si se quiere, puesto que no habrá ninguna fuerza de contrapeso a la ira que se retroalimenta en la masa. A lo mejor hay quien prefiere esa situación, vale, estupendo, yo no pero haya cada cual con sus gustos.


¿Qué pilla un policía que está dentro? si has atendido a lo que te he escrito sabrás que no tiene por que haber liado ninguna y además es un riesgo que tiene que correr, por lo tanto el tema queda resuelto y explicado aquí. Luego si quieres puedes hacer caso a determinada prensa donde se comenta que se cargó en Atocha y que se emplearon pelotas de goma...falso todo, puesto que no se empleó una sola pelota durante la manifestación ni en las cargas (se emplearon salvas de pólvora para dispersar que solo acojonan) ni se cargó en Atocha. ¿Entro la policía dentro y atizó? si, pero eso no es una carga, de hecho en toda la manifestación a penas se "cargó", una carga policial es algo bastante más violento que unos porrazos.


lunes, 24 de septiembre de 2012

Deus lo volt!


Canto de Hispanidad



Ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda, espíritus fraternos, luminosas almas, ¡salve! Porque llega el momento en que habrán de cantar nuevos himnos lenguas de gloria. Un vasto rumor llena los ámbitos; mágicas ondas de vida van renaciendo de pronto; retrocede el olvido, retrocede engañada la muerte; se anuncia un reino nuevo, feliz sibila sueña y en la caja pandórica de que tantas desgracias surgieron encontramos de súbito, talismánica, pura, riente, cual pudiera decirla en sus versos Virgilio divino, la divina reina de luz, ¡la celeste Esperanza!
                
Pálidas indolencias, desconfianzas fatales que a tumba o a perpetuo presidio condenasteis el noble entusiasmo, ya veréis al salir del sol en un triunfo de liras, mientras dos continentes , abonados en huesos gloriosos, del Hércules antiguo la gran sombra soberbia evocando, digan al orbe: la alta virtud resucita que a la hispana progenie hizo dueña de siglos.
                    
Abominad la boca que predice desgracias eternas, abominad los ojos que ven sólo zodíacos funestos, abominad las manos que apedrean las ruinas ilustres, o que la tea empuñan o la daga suicida. Siéntense sordos ímpetus de las entrañas del mundo, la inminencia de algo fatal hoy conmueve a la tierra; fuertes colosos caen, se desbandan bicéfalas águilas, y algo se inicia como vasto social cataclismo sobre la faz del orbe.
              
¿Quién dirá que las savias dormidas no despierten entonces en el tronco del noble gigante bajo el cual se exprimió la ubre de la loba romana? ¿Quién será el pusilánime que al vigor español niegue músculos y que al alma española juzgase áptera y ciega y tullida? No es Babilonia ni Nínive enterada en olvido y en polvo ni entre momias y piedras reina que habita el sepulcro, la nación generosa coronada de orgullo inmarchito, que hacia el lado del alba fija las miradas ansiosas, ni la que tras los mares en que yace sepulta la Atlántida, tiene su coro de vástagos, altos, robustos y fuertes.
                 
Únanse, brillen, secúndense, tantos vigores dispersos; formen todos un solo haz de energía ecuménica. Sangre de Hispania fecunda, sólidas, ínclitas razas, muestren los dones pretéritos que fueron antaño su triunfo. Vuelva el antiguo entusiasmo, vuelva el espíritu ardiente que regara lenguas de fuego en esa epifanía. Juntas las testas ancianas ceñidas de líricos lauros y las cabezas jóvenes que la alta Minerva decora, así los manes heroicos de los primitivos abuelos, de los egregios padres que abrieron el surco prístino sientan los soplos agrarios de primaverales retornos y el rumor de espigas que inició la labor triptolémica.
                    
Un continente y otro renovando las viejas prosapias, en espíritu unidos, en espíritu y ansias y lengua, ven llegar el momento en que habrán de cantar nuevos himnos. La latina estirpe verá la gran alba futura, en un trueno de música gloriosa, millones de labios saludarán la espléndida luz que vendrá del Oriente, Oriente augusto en donde todo lo cambia y renueva la eternidad de Dios, la actividad infinita. Y así sea Esperanza la visión permanente en nosotros.
               
¡Ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda!
                  
Rubén Darío

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Contra el hombre moderno (Lecturas IX)


El hombre medieval sentía el olor del pecado; el hombre moderno se empeña en ponerle al pecado olor a desinfectante. El hombre medioeval hacía penitencia después de pecar, el hombre moderno adopta precauciones antes de pecar. El hombre medioeval corría el riesgo de la inmundicia; el hombre moderno se procura un seguro de higiene. El hombre moderno es el animal que se cree a sí mismo algo más que un hombre y sostiene que el hombre es algo menos que un animal. Es el animal que utiliza su inteligencia para predicar al hombre la primacía del instinto: la primacía de un instinto que él mismo crea en el hombre, como si éste no tuviera demasiado trabajo con sus instintos. Es el animal que inventa una selva para el hombre religioso e inventa una selva para el hombre político; el animal que inventa una nueva especie de hambre para el hombre político: una selva y un hambre que obligan al hombre a creerse algo menos que un animal. Es el animal que proclama la santidad de la animalidad. Es el hombre resentido contra la grandeza de la Iglesia y contra la grandeza del Reino; el animal que levanta al hombre contra la Autoridad y contra el ungido por la Autoridad: porque el desorden religioso lleva necesariamente a todas las formas del desorden, como todas las formas del orden llevan necesariamente al orden romano. El hombre moderno es el enemigo del orden porque es el esclavo de su rebeldía; es el animal que persigue la instalación de un orden inventado por él, porque él es impotente para vivir en el orden. Es el enemigo de la Iglesia porque la Iglesia pone orden en las almas y es el enemigo del Reino porque el Reino asegura el orden de los hombres. Es el animal que, por el camino de la higiene, quiere convertir al hombre en un animal de apetito carnívoro y de digestión vegetariana y es el animal que, por el camino de la fraternidad, quiere convertir a la sociedad de los hombres en una sociedad de moluscos anémicos. Porque el hombre moderno quiere, a todo trance, suprimir el heroísmo.”


Ignacio B. Anzoátegui

Tomado de Rafael Castela Santos, "Ignacio Anzoátegui, que estás en los cielos...", en A Casa de Sarto.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Grandes protagonistas: San Fernando por Alfredo Sáenz s.j.


S. Fernando (1198?-1252), es, sin duda, el español más ilustre del siglo de oro medieval, el siglo XIII, y una de las figuras máximas de España, sólo comparable quizás con Isabel la Católica. Fernando es uno de esos arquetipos humanos que conjugan en grado sublime la piedad, la prudencia y el heroísmo; uno de los injertos más logrados de los dones y virtudes sobrenaturales en los dones y virtudes humanas.
Un accidente fortuito de su tío Enrique I hizo del joven Fernando, el rey de Castilla. La verdadera heredera era su madre, pero ésta, comprendiendo los dotes de su hijo, tras hacerse proclamar reina de Castilla, tomó enseguida la corona que la cubría y la depositó sobre la cabeza de su hijo. Poco más tarde, al cumplir Fernando los 18 años, fue armado caballero en el Monasterio de las Huelgas, junto a Burgos, por el obispo del lugar, y en presencia de su madre quien le ciñó la espada. Desde entonces comprendió que su misión era ser caballero de su tierra y de Cristo. Aquella espada sólo podría desenvainarse contra los enemigos de la fe.
La vida de Fernando fue intachable. Tras casarse, tuvo de su mujer nada menos que 13 hijos, a quienes en su momento armó también caballeros. En León, lo mismo que en Castilla, el pueblo lo quería y lo alababa. Hasta físicamente se mostraba atractivo y gallardo, «caera –diría luego de él su hijo– muy fermoso ome de color en todo el cuerpo, et apuesto et muy bien faccionado». De elevada estatura, distinguido y majestuoso sin perder la sencillez, amable con firmeza, reunía en espléndida armonía las cualidades del padre de familia, del guerrero y del hombre de Estado. Si tenía el don de enseñorear sobre los demás, era porque antes había logrado dominarse a sí mismo.
Hombre virtuoso como pocos, no era la suya una virtud triste ni huraña, ni su corte tenía el aspecto de un monasterio. Gustaba de la magnificencia, los desfiles militares, la liturgia solemne. Prefería las armaduras esbeltas, arrojaba la lanza con destreza, cabalgaba con elegancia, y era siempre el primero, tanto en la iglesia como en el campo, lo mismo en la guerra que en los torneos… y hasta en el ajedrez, que jugaba con pericia. En su corte, quizás por influencia de los árabes circundantes, la música alcanzó un nivel semejante al que conoció en el entorno de S. Luis. Fernando no sólo amaba la música selecta y cantaba con gracia, sino que era también amigo de los trovadores, e incluso se le atribuyen algunas «cantigas», especialmente una en loor de Nuestra Señora. Todo esto resulta encantador como sustento psicológico y cultural de un rey guerrero, asceta y santo. Su hijo Alfonso X el Sabio heredaría la afición poética de su padre, tan cultivada en el hogar. Históricamente parece cada vez más cierto que el florecimiento jurídico, literario y hasta musical de la corte de Alfonso fue resultado del esplendor de la de su padre.
A un género superior de docencia pertenece la encantadora noticia anecdótica que debemos también a su hijo: cuando Fernando iba a caballo con su séquito, al toparse en los polvorientos caminos castellanos con gente de a pie, se hacía a un lado para que el polvo no molestara a los caminantes ni cegara a las mulas.
Pero la poesía, la guitarra y el ajedrez eran sólo una distracción en medio de las fatigas del campamento. Lo permanente en aquella vida heroica, la idea fuerza, la preocupación de todos los instantes, era la reconquista de España, la vuelta de Andalucía a la civilización cristiana. Sólo amó la guerra justa, como cruzada católica y de legitima restauración nacional, evitando siempre en lo posible la lucha contra otros príncipes cristianos, para lo cual recurrió generalmente a la negociación.
Tenía 25 años cuando, rodeado por su ejército de caballeros, se acercó por primera vez a las orillas del Guadalquivir, dando inicio a aquella gesta gloriosa de treinta años, que sólo la muerte pudo interrumpir. Fernando conoció victoría tras victoria. Ningún descalabro en su camino de gloría, ninguna batalla perdida. Al paso de su caballo, Castilla se iba ensanchando sin cesar: primero Baeza, luego Córdoba, Jaén, Murcia, Sevilla, toda la Bética meridional hasta el Mediterráneo, hasta el océano. Cuando conquistó Córdoba, purificó la gran mezquita, consagrándola al culto católico. Sólo quedaba Granada. Si bien no llegó a ocuparla, logró que su emir le pagara tributo; dos siglos después sería conquistada por Fernando e Isabel, el mismo año del descubrimiento de América.
No era la búsqueda de la vana gloria lo que desenfundaba aquella espada victoriosa, sino sólo el pensamiento de la patria y el afán por el reinado de Cristo. «Señor, Tú sabes que no busco una gloria perecedera, sino solamente la gloria de tu nombre», terminó cierta vez en forma de plegaria un discurso delante de su corte. Considerábase un «caballero de Dios», le gustaba llamarse «el siervo de Santa María» y tenía a honra el título de «alférez de Santiago».
Abundemos sobre la faceta mariana de su personalidad. Según la costumbre de los caballeros de su tiempo, Fernando llevaba siempre consigo, atada con una cuerda a la montura de su caballo, una imagen de marfil de Nuestra Señora, la venerable «Virgen de las Batallas», que se conserva hasta hoy en Sevilla. Aun cuando estaba en campaña, no dejaba de rezar el oficio parvo mariano, antecedente medieval del rosario. A la imagen patrona de su ,ejército, la «Virgen de los Reyes», le erigió, durante el asedio de Sevilla, una capilla estable en el campamento, y tras la victoria, renunciando a entrar a la cabeza de su ejército en dicha ciudad, le cedió a la Virgen el honor de presidir el cortejo triunfal. Esa imagen preside hoy una, espléndida capilla en la catedral sevillana. Cuando el eco de sus resonantes victorias llegó hasta
Roma, los Papas Gregorio IV e Inocencio IV lo proclamaron «atleta de Cristo» y «campeón invicto de Nuestro Señor», respectivamente, cual cruzado benemérito de la Cristiandad.
Es bastante conocida la faceta guerrera de la personalidad de Fernando. No lo es tanto su actuación como gobernante, que últimamente la historia ha ido reconstruyendo. Por ejemplo, sus relaciones con la Santa Sede, los obispos, los nobles y los municipios. En el orden educacional, no sólo creó las Universidades de Falencia y Salamanca, Sino que también se preocupó por buscar profesores dentro y fuera de España, concediendo grandes privilegios a los estudiantes. Destacóse asimismo por la represión de las herejías, las cordiales relaciones que mantuvo con los otros reyes de España, su administración económica, y sobre todo el impulso que dio a la codificación del derecho español, ordenando la traducción del Fuego Juzgo en lengua castellana e instaurando el idioma español como lengua oficial de las leyes y documentos públicos, en sustitución del latín. También promovió el arte, acogiendo con la misma esplendidez a los trovadores provenzales que a los artistas ya los sabios. En este catálogo de aciertos no podemos omitir la reorganización de las ciudades conquistadas; en los estados del sur de España encaró con sabiduría el difícil problema de la convivencia; él mismo se declaró «rey de tres religiones», considerando igualmente como súbditos suyos a los cristianos, los judíos y los musulmanes.

A semejanza de su primo, S. Luis, fue celoso en la administración de la justicia. Visitaba personalmente los pueblos de sus estados, oía los pleitos y en ocasiones pronunciaba también las sentencias correspondientes. Durante su largo reinado, siempre que pudo favoreció al pobre contra las injustas pretensiones de los poderosos, y tanto le preocupaba este tema que llegó a instalar en su palacio de Sevilla una rejilla que lo comunicaba con la sala de audiencias, para observar si sus jueces procedían con rectitud. «Oía a todos –nos cuenta un escritor que lo conoció–; la puerta de su tienda estaba abierta de día y de noche, amaba la justicia, recibía con singular agrado a los pobres y los sentaba a su mesa, los servía y les lavaba los pies... Más temo, solía decir, la maldición de una pobre vieja que a todos los ejércitos de los moros».
Fue bajo su reinado que, gracias al botín de tantas conquistas, España se cubrió con el manto espléndido de sus catedrales góticas: Burgos, Toledo, León, Osma, Palencia... El mismo rey impulsaba las obras, y al tiempo que volcaba en ellas sus tesoros, alentaba a los artistas en su emprendimiento. La vida de S. Fernando transcurrió sin especiales contrariedades, ignorando la derrota y el fracaso. Mientras su primo S. Luis se dirigía al cielo a través de la adversidad, Fernando lo hacia por el sendero de la dicha. Dios condujo a ambos a la santidad pero por caminos opuestos: a uno bajo el signo del triunfo terreno y al otro bajo el de la desventura y el revés. Pero ambos se hermanaron encarnando el dechado caballeresco de su época. Un nieto de S. Fernando, hijo de Alfonso, se casaría con Doña Blanca, hija de S. Luis.
No teniendo ya casi nada que conquistar en la Península, Fernando, todavía joven –52 años– pensó llevar sus tropas al territorio africano. Cien mil hombres se habían concentrado en las orillas del Guadalquivir, una flota numerosa comenzó a moverse por el Estrecho de Gibraltar, las armerías toledanas trabajaban al máximo de su capacidad, y ya los príncipes marroquíes, previendo un desastre, enviaban embajadas suplicantes. Pero la muerte invalidó el proyecto, aquella muerte admirable que Alfonso su hijo y sucesor, nos ha relatado con palabras conmovedoras. «Fijo –le dijo el moribundo– rico en fincas de tierra e de muchos buenos vasallos, más que rey alguno de la cristiandad; trabaja por ser bueno y fazer el bien, ca bien has con qué». Y luego, aquella postrera recomendación, en que –el amor a la patria se cubre de gracejo: «Sennor, te dexo toda la tierra de la mar acá, que los moros ganar ovieron al rey Rodrigo. Si en este estado en que yo te la dexo la, sopieres guardar, eres tan buen rey como yo; et si ganares por ti más, eres maior que yo; et si desto menguas, no eres tan bueno como yo».

Advirtiendo que se aproximaba el instante de su muerte, tomó en sus manos una vela, ofreció su vida a Dios. Y mientras los clérigos allí presentes entonaban el Te Deum, entregó su alma al Señor. Todos lo lloraron, incluidos los árabes, que admiraban su lealtad. A sus exequias asistió el rey moro de Granada con cien nobles que llevaban en sus manos antorchas encendidas; la nobleza lo lloraba, el pueblo había perdido su protector. Un rey como aquél sólo aparece cada tanto.
En su sepulcro grabaron en latín, castellano, árabe y hebreo este epitafio: «Aquí yace el Rey muy honrado Don Fernando, señor de Castiella é de Toledo, de León, de Galicia, de Sevilla, de Córdoba, de Murcia é de Jaén, el que conquistó toda España, el más leal, é el más verdadero, é el más franco, é el más esforzado, é el más apuesto, é el más granado, é el más sofrido, é el más omildoso, é el que más temía a Dios, é el que más le facía servicio, é el que quebrantó é destruyó’ a todos sus enemigos, é el que alzó y ondró a todos sus amigos, é conquistó la Cibdad de Sevilla, que es cabeza de toda España, é passos hi en el postrimero día de Mayo, en la era de mil et CC et noventa años».
S. Fernando descansa en la abadía de Las Huelgas, allí mismo donde fue armado caballero, que es como el Panteón Real. Su fiesta litúrgica se celebra el 30 de mayo.

lunes, 10 de septiembre de 2012

Reflexiones castellanas: ¿lobotomía escolar?






Abro la agenda escolar 2012/2013 de mis dos hijas y me encuentro con la agenda típica de cualquier colegio, con sus dibujitos, sus fotitos, sus días , sus meses y , de vez en cuando, una frase rimbombante de cualquier autor que hayan tenido a mano para encauzar la educación de los pequeñajos…nada raro ¿verdad? Bueno bueno, dejenmé que continue ¿la frases? de  James Brown (el músico) , Walt Disney, Oscar Wilde, mezclado con Ovidio, Aristófenes o Cicerón… incluso una sola frase de San Juan Bosco al que, por cierto, ha sido eliminado su condición de santo y lo han dejado al pobrecillo como Juan Bosco. ¿Alguno más? ¡Posclaro! ¿Qué te creías? ¿Iba yo a perder mi tiempo por eso? Frases de Freud,  siete frases de Gandhi (ni una ni dos) , de Tolstoi, de Victor Hugo, de Einstein, de Nietzsche, de J. Ingenieros, de Oscar Romero (el obispo marxista leninista y filoterrorista) , de Confucio, de M.L.King, de P.Coelho, de García Márquez, de Benjamín Franklin o incluso de otro renombradísimo hijo de la gran puta como Sartre. Todo ello endulzado con proverbios árabes y chinos a tutiplén, fotos de los indignados haciendo el símbolo de la victoria y con algún dibujito para el 10 de Diciembre (día de los derechos humanos) en la que aparecen niñas sonrientes de todo el mundo…bueno no sé si todas sonríen por que hay una que lleva burka y no le veo la cara.  

<<¡Como está la educación!>> Se dirán algunos con cierta indignación; <<¡estos sociatas la que han liado!>> exclamarán otros más indignados si cabe … a lo que yo contestaré: <<¡no hombre no! ¡Déjame a los sociatas en paz! ¡pobrecillos!>>

<<Mis hijas estudian en un colegio de
la Fundación EducaciónCatólica y lo regentan las Esclavas del Corazón de Jesús.>>

¿Qué se habrán creído estos cavernículas tradicionalistas? ¡aquí mandamos nosotras! que somos abiertas, plurales, demócratas y tolerantes...

Por cierto, ni una sola mención a los evangelios ¡chúpate esa!


Odio eterno al Mundo Moderno.